Lelo y Perejil, dos sepultureros que cuidan con cariño el Cementerio General de Santiago, son guardianes de un oscuro secreto. En 1973, tras el golpe cívico-militar, fueron obligados a enterrar los cuerpos de miles de prisioneros políticos como cadáveres no identificados, mientras sus familias los buscaban desesperadamente. Hoy, tras años de silencio y temor, comparten sus recuerdos con Sergio, el más joven de los sepultureros.