Tres sepultureros mantienen cariñosamente el tranquilo cementerio en el centro de la capital chilena de Santiago. Al mismo tiempo, sin embargo, llevan un secreto oscuro: después del golpe de estado en 1973, tuvieron que enterrar clandestinamente los cuerpos de miles de prisioneros políticos. Una manifestación que pide justicia muestra que el pasado no se dejará enterrar.